«"Mars del Carib": hostias en el bar». ESPECTACULAR ressenya de Kiko Amat sobre el «Mars del Carib» de Sergi Pons Codina.
5 març, 2014
Font: Bendito Atraso / Kiko Amat
Sergi Pons Codina es un confeso hooligan del Sant Andreu. Y no digo hooligan como lo que le soltaban a John Osborne, “an intellectual teddy boy”. No, lo decía de forma literal. Su opera prima, Mars del Carib, es violento, demente, tronchante, rezuma puro odio de clase y es -a todas luces- inmoral, pero no busca epatar. Cuando el protagonista le grapa una pestaña a un cretino, el acto se describe sin risita cómplice: es una simple descripción cotidiana de algunas cosas que suceden en algunos barrios.
La editorial 1984 me mandó el libro diciendo “Es un quillo. Te encantará”, y yo leí entre líneas: “Es un quillo… como tú”. Antes de retorcerle un testículo al editor, decidí ojearlo. Era, en efecto, como si un difamador hubiese decidido publicitar los momentos más ominosos de una juventud como berzotas drogadicto del extrarradio barcelonés. Al contrario que Richard Price en The Wanderers, Pons no narra con melancolía o épica. De hecho, el libro carece de esos fragmentos tristes con pathos, indispensables para contar andanzas juveniles. Pons prescinde de ellos, quizás pensando que son melindres para cursis. Aparte de Stewart Home, no se me ocurre el nombre de otro autor menos preocupado por describir belleza, pureza o posibilidad de salvación. El barrio obrero que pinta es un sitio de donde salir por piernas, feo e inclemente; la panda del protagonista, Blai, una horda de ñus esnifadores, “bonics exemplars de gamarús de barri, orgullosos, impulsius, busca-raons i altius” que dedican su tiempo a emborracharse “esplendidament” y zurrarse con otra gentuza. Son cholos futboleros (a las diez páginas, pelea ultraviolenta en el campo del Sant Andreu), fracasados totales, psicópatas en ciernes y basura incontratable. Su tiempo se reparte en curros inmundos, speed, la INEM, speed, novias abúlicas, speed y el “antre de mala mort” Mars del Carib, base de sus cuestionables aventuras urbanas.
Mars del Carib acarrea la fuerza de la verdad: esos chicos están allí, mirando desde los arcenes, contemplando cómo viven los ilesos y exitosos de este sucio mundo, y se están cabreando como perros. Si Trainspotting fue un lamento por aquellos chavales echados a perder, Mars del Carib es una feroz apología de su estilo de vida, malcarada y cómica como una canción de Cockney Rejects. No es lo más sutil que hemos leído jamás, pero su rabia es tan excitante como contagiosa.
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